Féguenson Elie es uno de los miles de haitianos que, tras completar una peligrosa travesía de miles de kilómetros de sur a norte por todo el continente, fue deportado por Estados Unidos a Haití. Se ha encontrado un país desconocido, depauperado y solo piensa en volver a emigrar.
Con dos niñas pequeñas nacidas en Brasil, que hablan con dificultad el creole, y sin perspectivas de conseguir trabajo en Haití, se plantea regresar lo antes posible al país suramericano, donde vivió los últimos siete años.
Pero ahora no sabe cómo reunir los 120 dólares que tiene que pagar para obtener cada uno de los pasaportes brasileños de sus hijas, después de haberse gastado todos sus ahorros, unos 12,000 dólares, en costear un viaje de tres meses a pie por doce países latinoamericanos, que le condujo en un puente en la frontera sur de EE.UU. y de inmediato, a un vuelo de deportación.
La vergüenza de volver con manos vacías
Deportado el 1 de octubre, Elie se ha refugiado con los parientes de su esposa en un barrio precario de Puerto Príncipe y todavía no ha podido ir a su casa en Marchand Dessalines, en el departamento de Artibonite (norte), aunque admite que ni se lo plantea.
«Nos da vergüenza volver con nuestra familia. No es así como queríamos venir a verlos. Tengo hijos en Haití, no puedo ir a verlos porque no tengo medios. Ni siquiera puedo llevarles la merienda. Tenemos una situación muy complicada aquí», dice a Efe, recordando que tampoco puede permitirse comprar ropa para su familia.
Elie se ha encontrado un país en crisis, con el 40 % de su población en situación de inseguridad alimentaria, y no sabe qué hacer para conseguir dinero para comer.
«En este país no se puede hacer nada. Si no tienes amigos que te ayuden, corres el riesgo de morir de hambre», lamenta.
La única ayuda que ha recibido en más de una semana, asegura, es un donativo que recibió de la embajada de Brasil, adonde ha acudido para tratar de iniciar los trámites para regresar al país donde nacieron sus hijas pequeñas.
«Planeamos volver a Brasil, pero no tenemos el dinero. Estamos pensando en lo que haremos para volver. (…) Brasil es un país que realmente ama a los inmigrantes».
Un viaje peligroso
Elie tenía trabajo en Brasil, pero ganaba poco, y decidió emprender el viaje a Estados Unidos para buscar una vida mejor para su familia.
En la larga travesía de tres meses, salió de Brasil por Bolivia, atravesó Perú, Ecuador y Colombia hasta llegar a la selva del Darién, el lugar que recuerda como el más peligroso del viaje.
«Este bosque es realmente difícil. La lluvia cae sobre ti, está embarrada. Se suben algunas colinas y se bajan otras. Si te caes, te vas a los acantilados si no encuentras un árbol en el que apoyarte», recuerda.
En el bosque, Elie dice que ha visto hombres que han abandonado a sus esposas, mujeres que han abandonado a sus hijos, heridos abandonados en el camino que luego han muerto por falta de asistencia.
«Hay gente que ha hecho el viaje (por el Darién) en tres días. Tuve que ser paciente con mi mujer y mis hijas para que no les pasara nada malo. Es la razón por la que hice el camino en catorce días. Después de catorce días, salimos del bosque», dice, recordando que en la selva le robaron su dinero.
Tras pasar Centroamérica, concluyó su viaje en un puente en la frontera entre México y Estados Unidos, donde fueron rechazados y tratados «peor que un perro».
«Estados Unidos nos deportó como a ladrones. Nos encadenaron las manos y los cinturones. No soy un ladrón. Salí de Brasil para pedir asilo político en Estados Unidos. Pero nos deportaron sin nada y con nuestros hijos».
Desde el 15 de septiembre, al menos 7,500 haitianos han sido deportados desde Estados Unidos, que se suman a cientos que han sido repatriados desde México, Cuba, Bahamas y Turcas y Caicos, y a los centenares de haitianos que son deportados a diario por tierra desde República Dominicana.
Fuente: EFE