Para muchos analistas, la prensa ha comprado el relato del victimario, dejando de lado a su víctima y revelando la homofobia interiorizada de la sociedad española.
Desde que hace unas semanas se conociera la noticia del asesinato y descuartizamiento del ciudadano colombiano Edwin Arrieta en Tailandia, a manos de Daniel Sancho, hijo del conocido actor español Rodolfo Sancho y nieto del aún más famoso intérprete Sancho Gracia, ha surgido la polémica en España por el tratamiento que los medios de comunicación están dando al caso.
Si bien Sancho ha reconocido el crimen ante la Policía tailandesa, la imagen que muchos medios han dado de él se ha interpretado como un blanqueamiento de su figura, especialmente por las fotografías que se han utilizado para ilustrar las noticias: sin camiseta, mostrando su torso desnudo y musculado, con el pelo ondulado mojado, recién salido de la playa o la piscina.
La prensa rosa, aunque no solo este tipo de medios, parece que ha convertido al homicida confeso en una víctima de la situación, intentando justificar las razones que le habrían llevado a perpetrar el crimen y compadeciéndose de sus actuales circunstancias, ya que está preso en una cárcel asiática y sus padres han manifestado el profundo dolor por lo sucedido.
Si bien este último punto es comprensible, la amplia cobertura a la ‘tragedia familiar’ contrasta con la ausencia de intentos de dar voz a los allegados y amigos de la víctima.
Durante estas semanas, los lectores españoles han contemplado titulares como ‘Daniel Sancho: todas las imágenes de su vida, ahora truncada’, de la revista Lecturas, como si el joven, de 29 años, hubiera sido víctima de un imprevisible accidente; o ‘Daniel Sancho: recordamos su entrevista más personal y reveladora’, de la revista ¡Hola!
Así, el tratamiento informativo pareciera estar centrado en cuidar la imagen de un victimario debido a la familia a la que pertenece y a su condición de hombre atractivo, blanco, joven y de clase alta.
Ese abordaje contrasta con el tratamiento que han tenido en España otros acusados, confesos o no, de asesinatos relativamente recientes y también mediáticos, como el caso de Julia Quezada, que mató al hijo de su pareja, o de ‘El Chicle’, condenado por asesinar a la adolescente de 17 años Diana Quer. De manera que muchas personas se preguntan cuál habría sido el tratamiento mediático si el perfil de Sancho hubiese sido otro.
Homofobia
El tratamiento en los medios españoles revela otra cuestión: la homofobia interiorizada que tiene una parte de la sociedad. Así, un sector de la prensa está ventilando el relato de que el cirujano colombiano era un homosexual «malvado» y que su asesinato y posterior descuartizamiento, por parte de Sancho, fue prácticamente en defensa propia.
En diferentes tertulias televisivas de medios de alcance nacional se da voz a la versión del asesino confeso y se contribuye a su humanización. Uno de ellos incluso tiene en plantilla a una psicóloga encargada de analizarle tanto a él y su situación, como la que atraviesa su familia.
La Policía de Tailandia acusa a Sancho de asesinato premeditado y pedirá para él pena de muerte
Sin embargo, el semblante de la víctima que trasciende es el de una persona que acosaba y estaba obsesionada con Sancho, un hombre heterosexual que habría sido «obligado» a tener una relación con Arrieta.
De hecho, el ambiente generado en las últimas semanas por los medios recuerda el tratamiento que tuvo Dolores Vázquez, que fue declarada culpable del asesinato de Rocío Wanninkhof, en 1999, durante un juicio plagado de irregularidades que se centró en la descalificación de su figura de «lesbiana mala».
La deshumanización de Vázquez la llevó a ser condenada a 15 años de prisión, de los que cumplió 17 meses recluida, ya que después se descubrió al verdadero asesino de la joven Wanninkhof.
«La mala leche del maricón»
El caso más flagrante en este sentido y que ha recibido numerosas y durísimas críticas es el de un artículo escrito por el columnista Salvador Sostres y publicado en uno de los principales diarios del país, ABC, titulado ‘Dani en Tailandia’, con un diminutivo que ya da indicios del tratamiento que se dispensó hacia el victimario.