En su intento por controlar la amenaza del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y de probar su capacidad para controlar el terrorismo en el país, las autoridades del fundamentalismo talibán han enviado a miles de combatientes al este del país para hacer frente a los constantes atentados en las provincias en los que el grupo islámico les disputa el poder. Las escenas que se viven para evitar que la población se una al ISIS son dramáticas.
La provincia más afectada por este enfrentamiento es Nangahar, en la que más de 1300 combatientes talibanes fueron desplegados en el último mes para aumentar la presencia y el control del nuevo gobierno y para aprehender a los sospechosos de pertenecer al Estado Islámico-Khorasan, también conocido como ISIS-K. Cientos de personas fueron arrestadas bajo estos cargos y muchos de ellos han desaparecido o aparecido muertos.
Las operaciones llevadas a cabo por Fateh y por otros grupos de operación suelen ocurrir por la madrugada, cuando los talibanes ingresan a las casas de los sospechosos y se los llevan. En este último tiempo la cantidad de redadas ha aumentado significativamente, pasando de una o dos por semana a llegar a 10 guerrilleros de ISIS-K arrestados y alrededor de 6 ultimados, en el mismo período, según las estimaciones del agente de inteligencia.
Si bien los militantes activos del grupo islámico son tan solo una fracción de los guerrilleros activos en las líneas talibanes -siendo los primeros entre 2000 y 3500 y los últimos aproximadamente 70000- las últimas avanzadas talibanes han potenciado la propaganda de reclutamiento del ISIS-K y los llamamientos al pueblo a levantarse y resistir.
Según declaraciones de las Naciones Unidas, el ISIS-K ha logrado expandir su área de influencia luego de la retirada de Estados Unidos de Kabul y ha pasado de estar presente en solo algunas provincias y la capital a tener bases y militantes activos en prácticamente todas las provincias del país. El temor de los habitantes de la provincia de Nangahar es que la reacción violenta por parte del grupo talibán genere mayor descontento en la población y un mayor grado de afiliación al grupo islámico.
Fateh también se refirió a los primeros ataques perpetrados por el ISIS-K en Jalalabad, la capital de Nangahar, y a la dantesca reacción del grupo talibán para aleccionar a la población y evitar que se unan a los otros extremistas. Estos, con la intención de desincentivar nuevos atentados, asesinaron a los acusados de colaborar con el grupo y colgaron los cuerpos sobre las calles principales y más transitadas de la ciudad.
“Esta fue una manera muy efectiva de responder”, dijo Fateh, a The Washington Post, “Fue una lección para la gente de que esto es lo que pasa si te unes a Daesh. Queríamos mostrarles las consecuencias. Yo mismo colgué dos de los cuerpos”.
Pero desde ese momento la violencia no ha hecho otra cosa que aumentar, impulsando los temores de los ciudadanos de que las respuestas de este estilo solo potenciarán el descontento de la población y ayudarán al ISIS-K en sus esfuerzos por reclutar gente.
Sin embargo, en comunicaciones oficiales el talibán le bajó el precio a la amenaza del Estado Islámico. Zabihullah Mujahid, el vocero del gobierno, afirmó en una conferencia de prensa que el grupo terrorista no cuenta con el apoyo de la población afgana y que el problema “en gran medida se ha solucionado”.
Pero también, en la misma conferencia de prensa, reconoció que la toma del poder por parte de los talibanes ha reforzado el poder del Estado Islámico. En particular debido a que hubo una masiva liberación de presos que envió a las calles a miembros del Estado Islámico que estaban presos y ahora “amenazan la seguridad de Afganistán”.
Un residente de Jalalabad que habló con el Washington Post bajo la condición de anonimidad ha apuntado contra el grupo talibán afirmando que “Estos combatientes talibanes no están familiarizados con la provincia y no tienen forma de comprobar la información que reciben sobre los objetivos, así que simplemente van a por cualquiera que sospechen, lo matan y dicen que esa persona era del Daesh”.
Declaró también que conoce a docenas de familias cuyas casas fueron asaltadas por militantes talibanes y que ahora no encuentran a sus seres queridos. Además, contó que aquellos que fueron detenidos y luego liberaron habían sido torturados por dias.
Fateh, por su parte, no tiene problema en aceptar que muchos de los detenidos son asesinados. Según le cuenta al Washington Post, con la intención de erradicar el “virus” del Estado Islámico “a los menos peligrosos los llevamos a la cárcel, pero a los más peligrosos tenemos órdenes de matarlos en el acto”.
La mayoría de los sospechosos detenidos para ser juzgados son llevados al complejo de inteligencia de Jalalabad, dice Fateh. Si son condenados a muerte, son ejecutados y sus cuerpos son arrojados a la calle fuera del edificio, declaró. En otros casos, los miembros del Estado Islámico acusados son llevados a un campo abierto en las afueras de Jalalabad y se les dispara.
Desde el grupo talibán creen que van a lograr eliminar por completo al Estado Islámico en Afganistán por el hecho de que, a diferencia de las redadas llevadas a cabo por el gobierno de Estados Unidos, las suyas no empujan a la gente hacia ISIS.
“Vimos cómo los estadounidenses realizaban incursiones nocturnas. Nos mostró la manera equivocada de luchar”, dijo Muhammad Tahir Mubaris, quien comanda una unidad talibán en Jalalabad, refiriéndose a las operaciones respaldadas por Estados Unidos que suscitaron críticas de grupos de derechos humanos. “Nosotros no irrumpimos en una casa y lo destruimos todo. Este es nuestro país; respetamos la cultura”. Las redadas talibanes no alienan a la población local, dijo, “porque la gente confía en nosotros. Daesh no tiene apoyo aquí”.
Sin embargo, esto no parece estar funcionando. La violencia en Nangahar ha escalado exponencialmente, llegando a una situación en la que ocurren ataques del Estado Islámico casi todos los días. Y algunos de los residentes de Jalalabad que hablaron con el ya citado diario estadounidense describieron las redadas del grupo talibán como más brutales que las llevadas a cabo por Estados Unidos y sus aliados afganos.
“La gente está más que disgustada”, dijo un ex funcionario local sobre el aumento de la violencia y las víctimas civiles. “Antes del colapso del gobierno, muchos pensaban que los talibanes podrían ser un camino mejor. Pero si la lucha continúa así, habrá una oleada de gente que se unirá a Daesh”.
Fuente: Infobae